La
leyenda cuenta que en el castillo de Cazorla habitaba un rey moro que tenía una
hija hermosa y joven. Todo transcurría con normalidad hasta que un día las
tropas cristianas empezaron a avanzar por la campiña con dirección a Cazorla.
Mucho hicieron por detenerlos, pero nadie pudo. Una tarde entró en el castillo
un espía llevando consigo una mala noticia para el rey: el numeroso y bien
equipado ejército cristiano estaba a un día de distancia. El rey sabía que no
estaban preparados para resistir el ataque, por lo que, tras mucho reflexionar,
tomó la decisión que había estado temiendo desde hacía mucho tiempo: abandonar
el castillo y volver a él una vez los cristianos se hubieran marchado. Todo el mundo dejaría atrás la
fortaleza. Todos excepto una persona: su hija. Su intención era evitar que la joven fuera ultrajada y hecha
esclava si los capturaban en campo abierto durante la huida.
Así
pues, el rey mandó llamar a su hija y le comunicó su idea: "Te quedarás
escondida en el sótano secreto hasta que nosotros volvamos, cuando ellos se
hayan marchado. No te preocupes, ahí estarás segura".
Al alba, dejó a su hija en una pequeña y
secreta habitación subterránea, en el lugar más profundo y recóndito del
castillo. Tras llevarle suficiente alimento para pasar allí varias semanas, cerró la
entrada con una losa ayudado por cuatro soldados. El tiempo apremiaba,
presentían que el enemigo estaba ya cerca. El rey miró hacia atrás, al lugar
donde dejó su corazón, lo que provocó que resbalara una lágrima hasta
el fondo de su alma.
Salieron corriendo, alejándose de allí,
pero, al poco tiempo, se vieron sorprendidos por el ataque del ejército
enemigo. Las flechas caían sobre ellos como fuertes gotas de agua
durante una tormenta. Los cuatro jinetes y el rey murieron, llevándose
con ellos el secreto del castillo de la Yedra.
El ejército cristiano llegó a Cazorla y
se instaló en el deshabitado castillo, de donde no se marcharon jamás.
Pasaban los días y las semanas, y la
hija del rey se quedó sin comida. Para no morir de hambre, la joven
bebía el agua que se filtraba por la tierra y comía los insectos que
llegaban a través del subsuelo a la estrecha habitación. Era tal la humedad de
las paredes que empezaron a adquirir un aspecto viscoso. La hija del rey apenas
podía moverse por el reducido espacio de la habitación y con el tiempo sus
piernas empezaron a unirse, adquiriendo una forma alargada y redondeada, y a
recubrirse con escamas similares a las de los reptiles. Durante esta
metamorfosis, la joven princesa lanzaba aterradores alaridos que
aterrorizaban a los nuevos habitantes del castillo y a todos los vecinos de
Cazorla cada noche.
Y desde entonces, en la noche de San
Juan, los niños de Cazorla se van pronto a la cama para dormirse antes de que
el reloj dé las doce campanadas de la medianoche, por miedo a que se cumpla la
letra de la canción que todos conocen:
"Yo soy la Tragantía,
hija del rey moro,
el que me oiga cantar
no verá la luz del día
ni la noche de san Juan".